Jueves, 26 Diciembre 2013 19:27

Comercio urbano

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Cierra los ojos por unos instantes y piensa en tus primeros viajes. En las sensaciones de aquellos paseos por Londres, Paris, Barcelona o... Da igual, cualquier ciudad. ¿A que hay una tienda de la que te acuerdas? Y, seguramente, lo que recuerdas es algo más que el objeto comprado o simplemente deseado. La música que sonaba, el olor, los colores o la conversación con la persona que estaba allí. Le preguntaste por … y acababas descubriendo que … El tema derivó hacia aquel restaurante donde… Vuelve a cerrarlos. Esta vez quédate en la ciudad donde vives. Estas en uno de esos tengo que o simplemente tienes ganas de… De mirar y mirarte, de perderte un rato entre cosas bonitas, ricas o agradables. En esos y en otros casos, algunos de nosotros teníamos algunos comercios de referencia. Ya no, o cada vez menos.

 

 

El Roto

Se ha hablado mucho del impacto en el ecosistema natural del consumo desmedido, de los desechos generados por la proliferación del plástico y de la obsolescencia programada en la electrónica. No se hace nada. Además, se sacraliza y se convierte en héroe social o sumos sacerdotes de la innovación a marcas que tratan cada lanzamiento de producto como el advenimiento de un mesías.

Solo muy recientemente se empieza a hablar del vacío que deja la extinción del comercio independiente en los ecosistemas urbanos. Casi siempre se plantea como uno de esos efectos a los que la expresión ley de vida le confiere el carácter de inevitable, como si se tratara de un fenómeno natural sobre el que los humanos poco o nada podemos hacer. Es tiempo de bazares chinos, franquicias y cadenas. Espacios donde los productos son sólo códigos. También los clientes. A los vendedores se les pide un comportamiento equiparable al de la máquina expendedora: frases memorizadas y niveles de respuesta acotados. Expenden y reponen. Colocan artículos en el orden indicado, pasan lectores por códigos de barras y pronuncian la frase prevista en cada caso. Lo imprevisto y cualquier situación anómala o no listada en el nivel de atribuciones genera un “timbrazo” o llamada por megafonía al “supervisor”. Todo está pautado. Resulta paradójico que en el cine de ciencia ficción se nos muestren máquinas capaces de comportarse como humanos que casi nunca nos resultan creíbles mientras que, convivimos con humanos que se comportan como máquinas plenamente integrados en nuestra vida cotidiana.

Nuestro comercio urbano ya no es espacio de descubrimiento o relación. El comercio independiente tiene dificultades para ser rentable y aún sin aplicar estrictos criterios de rentabilidad empresarial, incluso, para sobrevivir. En un contexto de tantos problemas este parece ser menor y sin embargo, es más importante de lo que a primera vista puede parecer. Sin necesidad de reiterar aspectos como la destrucción de empleo, hay otros efectos nocivos y desgraciadamente irreversibles que son tan evidentes como ignorados:

1 – El comercio y la restauración independiente son un ingrediente fundamental en la personalidad de la ciudad. Tanto como su arquitectura o sus museos. Son - ¿eran?- también patrimonio cultural. Algunos históricos, otros contemporáneos y muchos efímeros pero, siempre, únicos. Un manojo de flores naturales nunca pueden ser idénticas, las de plástico sí. De lejos pueden confundirnos, de cerca jamás. Al buen observador o al consumidor con criterio, ni de lejos.

2- Con la desaparición del comercio independiente desaparece también un espacio de interacción social. En todas las culturas los mercados y el comercio son lugares de relación en diversas dimensiones. En el comercio serializado la relación es de la misma naturaleza que la que manteníamos con la máquina expendedora de “su tabaco, gracias”

3- Desaparecen los canales de venta para artículos no serializados. El productor artesano* no tiene quien le venda. Entre el lujo exquisito y los grandes cadenas de comercio minorista, existe la nada. Eso sí, siempre aparecerá un “gurú” superemprendedor y supertecnológico diciendo eso de que hoy con Internet todos podemos, que en la “pantalla todos tenemos el mismo tamaño”.

El oficio de producir es uno y el de vender otro muy distinto. Los creadores y productores de cosas maravillosas no siempre son tan maravillosos vendedores. Con la extinción del comercio independiente desaparecen muchos creadores y productores de elementos que contribuían a hacernos la vida más agradable y el entorno mas bello.

Armarios llenos, cabezas huecas


El Roto
El paisaje urbano es cada vez más uniforme, en la ciudad y en casa. En la calle, un montón de tiendas diferentes pero idénticas, atiborradas de una variada oferta de todo es lo mismo. Repletas de nada. En casa, armarios llenos de satisfacciones efímeras y expectativas frustradas. ¿Existe una relación directamente proporcional entre el espacio ocupado exterior y el vacío interior? Para la acumulación de objetos, hay “soluciones” que permiten seguir acumulando. El alquiler de trasteros urbanos es un negocio floreciente. Basta una cuota anual o mensual para dejar nuestro cúmulo a buen recaudo ¿Y para el vacío personal? También. Soluciones de distinta índole y parecidos efectos: terapias de múltiples modalidades que apaciguan almas al borde de rebosar de nada.


Sucedáneos de lo que en otro tiempo tuvimos

En definitiva, unos grandes depredadores destruyen un ecosistema donde vivían muchos seres pequeños y heterogéneos que comían y disfrutaban de manjares igualmente pequeños y variados. En el futuro próximo o, ya en el presente, esos manjares – leáse huevos de corral, pan de hogaza o chaqueta con buen patronaje- sólo estarán al alcance de los grandes depredadores. Los seres pequeños ya no son heterogéneos, son idénticos y compran objetos que se producen en cantidades masivas; eso sí, de muy distintos colores y variados logotipos. Dentro siempre hay lo mismo: sucedáneos de lo que en otro tiempo tuvimos. Antes cangrejo, ahora surimi.

*El término artesanía se emplea desprovisto de cualquier connotación folklórico-turística. Un producto artesano es fruto del conocimiento, dedicación, saber hacer y la particular idiosincrasia del autor/productor. Una forma de hacer y entender las cosas aplicable a cualquier oficio (Ref. Richard Sennet “el artesano” y Wright Mills “sobre la artesania intelectual”)

Madrid, 2013

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